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TODOS SOMOS EMPRESARIOS. Una apuesta por el desarrollo

Foto del escritor: Fernanda HoyosFernanda Hoyos

Estamos en la cultura de la empleabilidad: nacer, crecer, estudiar, competir, buscar un trabajo, reproducirse, pagar deudas y morir; ¿o no?


Recuerdo cómo, desde los primeros años en el sistema educativo y después al pertenecer al selecto y privilegiado grupo de estudiantes de universidades privadas, la presión estaba ligada a ser “el mejor” para poder obtener un gran trabajo y poder gozar una muy buena posición económica y social. Ahora, ¿Realmente el desarrollo se enmarca bajo el concepto de empleabilidad?


Si buscamos en la carrera del desarrollo, darle respuesta a la pobreza con las iniciativas de unos pocos, llamados “empresarios” (concepto, entre otras cosas, distante y desprestigiado en nuestra sociedad), seguramente no mejoraremos las cifras de desempleo que se reportan en Colombia de 15.9% (DANE, 2021), situación más gravosa para los jóvenes con tasas de desocupación de 27,9%. (DANE, 2020).


Colombia, es un país mega diverso, no sólo en recursos naturales, sino también en talento, manifestaciones científicas, sociales, artísticas y culturales; las cuales, no son reconocidas ni aprovechadas como elemento clave para el desarrollo, porque aún, en nuestra consciencia colectiva, no reconocemos el potencial emprendedor que existe en cada ser humano para poder lograr el fin de convertirse en empresario y materializar un objetivo.


Jeff Bezos, catalogado como el hombre más rico del mundo (Forbes, 2021), reconoce que existen dos tipos de empresarios: los mercenarios o los misioneros. En palabras de Bezos “los mercenarios intentan vender lo antes posible para maximizar sus ganancias. Los misioneros aman su producto o el servicio que ofrecen, adoran a sus clientes e intentan ofrecer el mejor servicio” (Bezos, 2021). Por tanto, reconocemos que la diferencia entre el que es empresario y el que no, es la confianza, la visión, las herramientas y el hacer. ¿Dónde está nuestro foco hacia el desarrollo?


Si el hombre más rico del mundo, se reconoce cómo un empresario misionero, quien, si bien tiene interés en garantizar el flujo de caja por acción como medida de estabilidad financiera a largo plazo, el foco de Bezos es apostarle a garantizar la mejor experiencia al cliente, siendo este lugar, el elemento primordial sobre el cual se fundamenta la estrategia del imperio Amazon alrededor del mundo; ¿por qué seguimos pensando que el único objetivo del empresario es ganar dinero?


Convertirse en empresario con visión social y colectivo, como bien lo habla el profesor Yunus, es una de las principales herramientas para darle solución a las terribles consecuencias frente al capitalismo que entendemos hoy, cuyos resultados han generado cifras catastróficas sobre la distribución de la riqueza, evidente pobreza y los muy devastadores escenarios que atentan contra cualquier concepto relacionado con la dignidad humana (Yunus, 2018).


Por tanto, ser empresario, no es una característica de élite, es un componente indispensable para el desarrollo. Es decir, si el propósito es garantizar el bienestar individual, evaluado desde una perspectiva multidimensional, donde el enfoque concreto del desarrollo es el ser humano (Sen, 2000), ¿Por qué no promover la confianza, las capacidades y talentos de cada persona o colectivo, a través de modelos productivos que garanticen su libertad, su propia realización y por supuesto, la construcción colectiva de una realidad social más equitativa?

Las innumerables políticas públicas y las visiones frente al estado, reconocen cómo, la única forma de aliviar la pobreza, es a través de medidas asistencialistas y documentos obsoletos; los cuales, garantizan una sostenibilidad de la pobreza, disminuyen las capacidades de las personas “pobres”, no se proveen herramientas concretas que desafíen la propia humanidad y desconocen el valor de poder darle respuesta, desde una visión endógena, a las variadas necesidades, a través de un modelo de emprendimiento; incluso, desde la base piramidal. Este es un llamado a movilizar y darle flujo a la economía, capacidades y talento de la población base.


Por tanto, esta visión de emprendimiento, como generador de ideas, que garantice el bienestar individual y colectivo, es el nuevo desafío que tenemos hoy como estado y ciudadanos ¿Cuál es nuestro rol?


Por supuesto, el rol del estado, es garantizar un ecosistema emprendedor que permita catalizar el mercado frente a los procesos de innovación y creación (Mazzucato, 2014); visión que debe articular como primera medida, en su funcionamiento interno, rompiendo con las barreras burocráticas tradicionalmente entendidas para su acceso, dando libre paso al intraemprendimiento desde los aparatos estatales; para que así, estas prácticas sean permeadas en la lógica de los programas sociales y empresariales que el estado tiene a cargo, dentro de su función.


Ahora, la institucionalidad no solo se tiene que crear, sino que debe ser puesta al servicio de la sociedad ¿cómo lo hacemos posible? Es indispensable que líderes, funcionarios, contratistas y servidores públicos, como emprendedores en el ejercicio de sus funciones, estén expuestos a un modelo de liderazgo transformacional, abandonando el sistema tradicional transaccional y clientelista; que permita construir una cultura estatal armoniosa y accesible; junto con procesos de capacitación en herramientas administrativas, creativas, financieras y jurídicas que faciliten el acceso y la movilidad de la información y conocimiento.


Ahora bien, el ecosistema emprendedor que debe catalizar el estado y del cual todos los actores empresariales, educativos, sociales y políticos somos participes y co-creadores, no puede limitarse únicamente a la innovación y a la creación; también es necesario gestar programas sociales que movilicen la actitud emprendedora, las herramientas educativas frente a los “saberes hacer” puntuales, como propuestas de valor y organización de las empresas, la comunicación de las herramientas del estado y la inclusión financiera, siendo esta última una de las principales limitantes para emprender, dado el poco acceso de la banca tradicional.

Lo anterior, si bien es un modelo utópico, a la sociedad le urge transparencia, apuestas y cambios contundentes dentro de la institucionalidad, para poder movilizar y gestar verdadero desarrollo en nuestra sociedad.


En este orden de ideas, como ciudadanos, tenemos una ventaja frente a las innumerables luchas históricas que hemos sufrido como sociedad, porque hoy es el momento donde, además de presenciar y crecer con la revolución tecnológica, tenemos voz y el poder de transformar nuestra propia realidad, a través del valor de lo común (Subirats, 2011); por tanto, nos preguntamos ¿Cuál es el lugar de la nueva ciudadanía? Por supuesto, movilizar nuestra actitud emprendedora para materializar las distintas ideas y transformaciones sociales necesarias, bien sea desde búsquedas a través de lo político, como a través de la gestación de modelos productivos; siendo el interés de cualquiera de las anteriores, la garantía del bienestar individual y colectivo, sin desconocer el deber como ciudadanos de hacerlo posible.


Por tanto, el emprendimiento con enfoque integral, busca gestar nuevas formar de reconocer la humanidad y su lugar en el mundo, observando sus necesidades, expandiendo sus capacidades, otorgándole confianza y resiliencia frente a las dificultades y desafíos. Por tanto, la actitud y herramientas emprendedoras, como fundamento para el desarrollo, se centra en el ser humano, gesta una nueva visión de entender la ciudadanía, el poder político y el aparato social y económico.

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